miércoles, 12 de junio de 2013
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Cine, Literatura y un poco de música.
!Feliz Navidad a todos!
La víspera de Nochebuena, Vicente trapeaba los larguísimos pasillos de la empresa donde trabajaba como conserje, definitivamente, la edad le dificultaba el cumplimiento de sus tareas, pero necesitaba la paga, aunque esta fuera ridículamente mínima, y se esforzaba al máximo a diario para que las instalaciones estuvieran tan limpias como fuera posible.
La premisa que le habían encomendado era: “Que se pudiera comer en piso”. La frase le martilleaba en su cerebro con todo el peso de la ironía, -¿Quién putas va a tener la ocurrencia de comer usando el piso? -Sin embargo, así lo exigía el licenciado Fermín, el omnipotente, omnipresente y por todos odiado jefe de empleados.
Fermín Carrillo, es decir, el licenciado Fermín no era en realidad el jefe de empleados, era uno de esos malos bichos que gustan de sentirse imprescindibles en todo lugar en donde están presentes, asumiendo para sí todas las tareas administrativas y atribuyéndose a si mismo una autoridad que en realidad no le habían conferido, pero las empresas adoran a este tipo de engendros ya que suelen hacer el trabajo de varios empleados, con el beneficio adicional de tener un chivato entre las filas de los empleados y por tales motivos le dejaban hacer y deshacer a su antojo.
Decíamos pues que el dictadorcillo lo había llamado, y absorto como estaba en sus vengativos pensamientos, dio un brinco cuando escuchó la voz del personaje en cuestión llamándolo en el tono más odioso que hubiera escuchado en su vida.
Vicente se apersonó en el cubículo de Fermín, cubículo que el tirano miraba con ojos de oficina ejecutiva, la cual, por supuesto, aspiraba a tener, pero que su condición de empleado regular le mantenía confinado a un espacio de esta naturaleza.
Estábamos pues en que Vicente se presentó humilde y sumiso ante el Creón de opereta y quedó de pie algunos minutos, pues Fermín mantuvo la mirada en el monitor de la computadora hasta que finalmente decidió que ya era tiempo de atender al conserje y rompió el odioso silencio diciendo: -Vicente, ya sabe que hoy será Nochebuena y que he logrado que todos los empleados vengan a laborar a pesar de las protestas, porque hay que laborar a diario, ¡Sí señor!, el mundo empresarial es tan competetitivo en la actualidad que hay demostrar a nuestros clientes que estamos dispuestos a dejar el pellejo por ellos, ¡A cualquier hora y en cualquier dia!, ¿Sabe que un buen competidor no descansa?, ¿ni toma dias de descanso?, ¡por eso nuestros clientes nos prefieren!... -terminó su perorata hipnotizado por la portada de un ejemplar del Management Review, y continuó: -¡en fin!, le he llamado porque hoy es Nochebuena y he decidido repartir algunos regalillos entre los empleados, usted sabe, para mantenerlos contentos y se sientan leales a la compañía, y para esto necesitamos a un santoclós que haga el reparto...y como usted tiene una edad parecida a la del buen San Nicolás...¡ja! ¡ja! ¡ja!, fue una bromilla, Vicente, un chistorete navideño...¿tiene hijos?, ¿nietos?, ¿bisnietos?..ja ja ja... disculpe, nueva bromilla, los días de fiesta me sientan espléndidos...usted comprenderá.
-No licenciado, no tengo hijos, verá, mi esposa murió justo después de...
-¡Perfecto!, ¡me alegro!, es usted la persona indicada para ser nuestro santoclós, encontrará un disfraz que los gringos del corporativo han dejado olvidado en el archivo muerto, y ya que nadie le espera hoy en casa podrá llegar un poquitín tarde, nadie le reñirá, ¿verdad?, ¡ja! ¡ja! ¡ja!, le digo que vengo hecho un clown. Mire, aquí tiene un pequeño presente navideño para usted, recibirá el mismo regalo que todos los demás, con el beneficio que lo recibirá antes que ellos, ¡ja! ¡ja! ¡ja!- dijo, extendiendo un paquete de tres bolígrafos y sonriendo estúpidamente.
-Gracias, dijo don Vicente, viendo azorado el paquete de bolígrafos que el idiota le extendía, y sin acabar de entender el asunto en el que el licenciado acababa de meterlo, guardó los bolígrafos que en realidad no necesitaba, tampoco entendía para qué habrían de necesitarlos el resto de los empleados, si podían solicitarlos al almacén, previo acuse de recibo.
Fermín tenía razón, nadie le esperaba en la modesta habitación que rentaba en un paupérrimo barrio, sin embargo no dejó de preocuparse por el resto de los empleados, la mayoría de ellos eran jóvenes que seguramente tendrían chiquillos esperando por ellos en una noche tan especial.
Por la tarde bajó al sótano, buscó y encontró el rojo y ridículo disfraz, habilitó un área para cambiarse, ya que el sótano era la única parte del edificio que no tenía calefacción, además que la habitación tenía filtraciones de humedad lo que la hacía mas fría todavía, acomodó las cajas de vino que habían traído para el festejo y los paquetes de canapés.
Alrededor de la diez, cuando ya estaba disfrazado, el licenciado lo llamó por el interfón: -Vicente, he olvidado contratar un camarero, así que le pido que se encargue de servir las bebidas y el ambigú durante la fiesta, ponga a enfriar el vino, ¿sabe?, a mi me gusta frío.
El anciano colgó el aparato con desgano y suspiró, se había hecho la expectativa de celebrar con el resto de los empleados, además estaba cansado y le dolían las articulaciones, presagio de que llovería.
La fiesta transcurrió lenta y aburrida, los empleados estaban inconformes porque se les había obligado a asistir, por lo que bebían y comían apuradamente, tratando de dilatar lo menos posible la reunión, por su parte, Fermín, en su papel de maestro de ceremonias, trataba de que ésta fuera lo más animada posible, lo cual resultó inútil, era como tratar de avivar una débil hoguera con un cubo de agua helada, además, la personalidad de Fermín ahogaba cualquier chispazo afectivo, quien tenía la sensibilidad de una piedra y el sentido del humor de una célula cancerígena, quien tratando de parecer simpático bebió más de la cuenta causando mayor destrozo en la reunión.
Por su parte, don Vicente fue objeto de las más tiernas consideraciones, las empleadas lo abrazaron deseádole felicidad y algunos de los empleados varones le obsequiaron dinero, sabedores de la despiadada explotación de la que era objeto por parte de la empresa.
Cuando eran cerca de las doce de la noche, casi todos los empleados se habían escurrido, quedando solo Fermín, como un náufrago en medio de un mar de vasos semivacíos, sentóse en una poltrona viendo con ojos vidriosos el contenido de una botella. Un tanto deprimido se levantó, cerró las puertas de la empresa y se fue a su casa, olvidando al conserje en la bodega del edificio.
Don Vicente, al sentir que las luces se extinguían, pensó que era a causa de un apagón, trató de salir, pero pronto se dio cuenta que lo había encerrado, así que después de algún tiempo de reflexión se hizo a la idea de pernoctar en el frigorífico subterráneo.
Se acurrucó cerca de las cajas de vino que habían sobrado, bebió de una botella para entrar en calor, por el respiradero se escuchaba que una tormenta nocturna se había iniciado y la lluvia caía monótona y uniforme en esta nochebuena, los relámpagos iluminaban la estancia por los bajo ventanales y los truenos retumbaban graves por doquier.
El conserje se acurrucó, el alcohol bajando caliente por su garganta era agradable, sentía como la digestión le arrullaba suavemente, pronto sintió que las duras cajas era suaves almohadones y entrecerró los mortecinos ojos lentamente.
Súbitamente se escucharon unos golpes en las ventanas que lo despertaron, pudo ver un rostro mofletudo, redondo y con una enorme barba que estaba agachado tocando los ventanales del sótano.
-!Abre!, hay un pestillo oculto al final del ventanal- dijo el extraño.
Vicente dudó un momento, ¿y si era un ladrón?, ¡Qué estupidez!, ¿Quién iba a robar en Nochebuena? ¿y con este clima?, ante la improbabilidad de que se tratase de un atraco, resolvió dar cobijo al hombre que seguramente estaría empapado hasta los huesos allá afuera, asi pues, corrió el seguro de la ventana corrediza.
Vicente vio como una robusta sombra se deslizaba ágilmente hacia el interior y en la oscuridad, unos ojillos se encendieron malignos, al punto de que pensó que se trataba de una aparición o de un demonio, pero, ¡gracias a Dios solo era un hombre, un humano como él!
-¡puta madre, estoy empapado hasta el culo!- saludó el recién llegado.
Los frecuentes relámpagos permitieron ver que el extraño vestía exactamente igual que él, traje rojo y ridículo, botas negras y enormes guantes blancos, el recién llegado se despojó de las ropas y pudo ver que no tenía relleno, sino que en realidad era inmensamente gordo.
-¿Quiere un poco de vino?, es lo único que hay de beber -ofreció Vicente.
-¡Claro que quiero alcohol!- trae acá- y trasegó media botella con la velocidad de un camello sediento.
-Me llamo Vicente, ¿Y tú?
-Soy Nicolás, ¿Qué no ves?, el famoso Nicolás, el del ¡jo! ¡jo! ¡jo!, el viejo pedorro que siempre aparece en navidad- dijo divertido el recién llegado.
Ante la inesperada respuesta, Vicente comenzó a reir, primero un poco, pero luego fue subiendo incontenible desde el vientre y rió tanto, que sintió calambres en los músculos del cuello.
Entonces el par de santacloses platicó ancho y tendido por espacio de algunas horas, el frío y el alcohol hacían que la camaradería fuera afianzándose, las botellas vacías fueron acumulándose.
-¿Sabes?, ese Fermín es un cabrón, habría que darle una chinga- dijo Nicolás en un tono amenazador, que causó miedo a Vicente.
-No importa, -atenuó Vicente- el muchacho es joven, pero aún le falta la experiencia de la vida, nunca ha tenido carencias y eso le vuelve soberbio y grosero, pero eso se quita con el tiempo.
Nicolás se levantó de un salto, descorchó otra botella y comenzó a vestirse y dijo: -ven conmigo wey, vamos a repartir unos regalos de navidad, Vicente, envalentonado por Nicolás y por el vino se levantó también y se ajustó el enorme disfraz, rojo y ridículo.
Salieron los dos por la trampilla, caminaron riendo bajo la lluvia, bromeando como si se conocieran de toda la vida, pronto llegaron a la casa de Fermín.
Nicolás saltó con agilidad la pequeña valla que rodeaba la casa, a pesar de su corpulencia y de traer prácticamente las venas llenas de alcohol, se paró con las manos en jarras frente a la puerta, cuando Vicente hubo llegado junto a él soltó un largo y sonoro pedo, que por algunos instantes ahogó el ruido de la lluvia, Nicolás rió de forma estentórea: -¡jo! ¡jo! ¡jo! ¡Feliz Navidad, pedazo de mierda!.
Vicente no pudo contener la risa, y volvió a sufrir otro ataque de risa, tan prolongado que los pulmones comenzaron a dolerle, se hincó en el suelo agarrándose el vientre, el cual seguía brincandole incansable.
Un perrito faldero salió de la casa, pequeño y afeminado daba pequeños ladriditos, Nicolás, todavía riendo lo llamó en voz baja: -ven, pequeño imbécil, ven aquí mariconcito, sacó un canapé de hígado del bolsillo de su rojo y ridículo traje y se lo ofreció al bicho. El pequeño perro se arrojó estoico a la lluvia, caminó sobre el bien cuidado césped y atrapó con su estúpido hociquito el bocadillo, cuando estuvo a su alcance, Nicolás dio una patada tan fuerte al bicho que lo lanzó al otro lado de la blanca y bien cuidada cerca mientras gritaba: -¡Maldita y puta rata!- el perrito describió una parábola perfecta bajo la lluvia mientras lanzaba a la atmósfera un agudo y afeminado gritito que terminó con un seco ¡Plaaaf! , Nicolás remató: -¡Si regresas te ensartaré el culo!- el perrito resopló y desapareció en la lluvia, en definitiva, era un afeminado pero sabía lo que le convenía. -Cómo odio a esos engendros, compadre- dijo Nicolás.
Acto seguido caminó hasta la puerta de la pulcra y bien pintada casa, en una mesita encontró unos periódicos que aún seguían sin mojarse, los puso en el suelo y le dijo a Vicente a la vez que lo empujaba: -Aparta hombre, requiero privacidad- se bajó los pantalones, se puso encuclillas y comenzó a cagar justo frente a la puerta y mientras lo hacía reía, reía por lo bajo, disimulado, y su risa era tan contagiosa que Vicente comenzó a reir y los dos rieron mientras santaclós cagaba en la puerta del licenciado Fermín.
Cuando terminó, se vistió, abrió el garage entró en él, al poco salió con una botellita de solvente, lo roció sobre su cagada y le arrojó un fósforo.
La mierda ardió hermosamente, quizás porque sabía que ninguna mierda había ardido así en una nochebuena, en medio de una lluvia que no cesaba. Nicolás se sentó en un pequeño banco y reflexionó: -¿Cómo habrá hecho Noé para cagar durante los cuarenta dias y las cuarenta noches?, ¡Dios!, lo milagros si existen.
Entonces la alarma anti-incendios se activó, las luces de la casa se encendieron, se oyeron pasos apresurados que recorrían la casa, quizás buscando el origen del fuego, hasta que finalmente se escuchó como giraba la llave de la entrada, la puerta se abrió y apareció Fermín, vio con horror la mierda ardiendo y en un acto reflejo la pisó repetidmente hasta que apagó el fuego salpicando de mierda ardiente todo el frente de su casa y aún él mismo quedó cubierto de porquería navideña, cuando la inusual fogata se hubo extinguido, pudo distinguir azorado, no uno, sino dos santacloses en la madrugada de Navidad que reían hasta casi vomitar, el cuadro era tan extraño que no pudo articular palabra, madrugada, santacloses enloquecidos, fuego y mierda, todo rebotaba sin sentido lógico en su pequeño cerebro cuadrado de jefe, repentinamente, Nicolás giró como una peonza, zacó de una de sus relucientes botas negras una gran navaja de resorte, la cual armó con un chasquido amenazador, en un solo salto llegó junto a Fermín y se la puso en el cuello, entonces le susurró al oido: -Feliz navidad, mierdoso- y empujó al aprendiz de Ebenezer Scrooge hacia el interior de la casa, entró con él y cerró la puerta tras de si.
Minutos después salió caminando pausadamente, tras de él se adivinaba en la penumbra la silueta de Fermín que sollozaba como una niña de siete años, mientras Nicolás limpiaba y guardaba el arma con la habilidad de un asesino.
-¿Cómo ves al hombre terrible que quería imponer disciplina militar entre tus compañeros?, ¿no es tan duro después de todo, verdad?- dijo Nicolás con un brillo tan siniestro en su mirada, que Vicente sintió escalofríos.
-¿Qué le has hecho?- preguntó el conserje.
-Sólo he charlado con él, digamos que el fantasma de las navidades pasadas le ha visitado- y rió como un demente.
Regresaron a la lluvia. Nicolás sacó otra botella de su ridículo y rojo disfraz y la bebieron mientras caminaban de regreso a la oficina, pronto amanecería, la lluvia no cesaba, y los dos santacloses borrachos caminaban platicando y riendo, a veces abrazados, a veces cayendo en los charcos de agua fangosa y cuando se levantaban eructaban y reían.
Cuando llegaron a la oficina se deslizaron por la buhardilla, se quitaron los trajes y abrieron otra botella de vino. Buscaron papeles en las cajas, sacaron los gruesos e inútiles informes financieros y construyeron colchones con ellos. Borrachos hasta más no poder se dejaron caer sobre los exactos y precisos informes que nadie leía.
Al otro día, muy temprano, Fermín se presentó ante Vicente, y despertándolo muy gentilmente le dijo: -don Vicente... don Vicente, ¿se encuentra usted bien?- el anciano sentóse, volvió la mirada a su alrededor y dijo: -Lo siento, pagaré las botellas que he bebido.
-Fermín dijo: -No se preocupe don Vicente, lo importante es esté usted bien, ¿puedo llevarlo a su casa?- ayudó a Vicente a incorporarse, y pasando su hombro por la axila del anciano lo ayudó a salir del sótano, antes de salir Vicente lanzó una mirada hacia las camas de papel, pero Nicolás no estaba, ni su traje ridículo y rojo.
Vicente jamás supo si lo sucedido esa nochebuena fue real, pero tres cosas si fueron reales y duraron para siempre: primera, es que a pesar de lo avanzado de su edad, don Vicente llegó a creer en Santa Clós, la es que el licenciado Fermín jamás volvió a exigir que los empleados trabajaran el 24 de diciembre y la última es que jamás pudo quitarse de encima un leve tufillo a mierda.
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